Ante el espectáculo de la huelga de hambre de los disidentes cubanos, emocionante y atroz, uno se pregunta de dónde extraen su coraje y su firmeza para llevar a cabo esa paradójica forma de resistencia que consiste en decir No al Estado sin nada más que con el propio sufrimiento, un Estado todopoderoso que puede aniquilarte con una fracción infinitesimal de su infinito poder. Un decir No, sin embargo que, como muy bien nos enseñó Václav Havel tiene la extraña capacidad de destruir el mecanismo totalitario en que se han fundado los Estados del “socialismo real”. Puesto que el Estado comunista se basa en una mentira que circula por todos los conductos de la vida social, como la sangre por las arterias de un cuerpo, basta que alguien declare la verdad para que la mentira se objetive como tal mentira. Apurando la metáfora biológica diríamos que entonces el sistema genera trombos que antes o después amenazan con llegar al corazón. Cuando el sistema mismo es mentira, la verdad se convierte en el instrumento de destrucción más eficaz. Una democracia popular no tolera tener disidentes. Cuando las cárceles están llenas de gentes que por hacer política se convierten en delincuentes, su existencia sin más es la prueba de que el sistema no es lo que dice ser. De ahí el peligro “total” que representa la disidencia y la saña, mezcla de estupor y odio, con que el sistema los persigue. Son los aguafiestas del Paraíso. Y son más eficaces que la violencia y la oposición armada. Aquí el artículo completo.

(Fuente: Disidentes en Cuba, por José Lasaga, en El Imparcial, España)

por la libertad de los presos políticos cubanos
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