Ocurre que los cambios anunciados por Raúl Castro, como tantas otras veces en que en Cuba se habló de modificaciones, siguen siendo promesas incumplidas. O, por lo menos, tardan demasiado en implementarse. Entre tanto, el estribillo de siempre es utilizado por el gobierno para defender sus dictatoriales posturas frente a la diversidad: estos que aquí discutimos serían actos de provocación contrarrevolucionaria, financiados por diplomáticos europeos y estadounidenses y amplificados por corporaciones mediáticas, etc. No hay, pues, ninguna muestra de que el debate con los presos políticos y quienes los defienden sea posible con el castrismo.
Por lo demás, hay quienes ponen en duda que deba siquiera existir tal diálogo. No está claro qué es lo que amerita discusión. Lo único cierto es que un preso más puede morir. Al final, la actitud de aquellos gobernantes que insisten en no tomar posición frente a los desmanes de un sistema político que viola las libertades individuales es legítima, claro, pero contradictoria. Estos son líderes políticos que al tiempo que guardan simpatía por la dictadura, se dicen comprometidos con la defensa de los derechos humanos. Algo va del pragmatismo al cinismo. (Aquí el artículo completo)
(Fuente: Editorial del diario colombiano El Espectador)
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