“Nosotros tenemos la plena confianza…” les dijo mientras secretamente la filmaban… La Señora Tamayo sentía que su hijo estaba siendo asesinado por el sistema, pero aun entendía que sus médicos no eran parte del entramado… Solo eran inocentes profesionales tratando de ayudar a su hijo… ¿Sus elogios salían del temor de no parecer lo suficientemente agradecida ante esos que tenían la vida de su hijo en sus manos? ¿O quizás fueran automatismos de bondadosa campesina oriental en pleno stress emocional? No sé, pero su reacción es profundamente humana. Estos son los principios éticos básicos de la medicina: Respetar la autonomía de los pacientes, hacer el bien, evitar hacer el mal y ser justos… Eran médicos los entrevistados, y los que accedieron a que se filmara el paciente sin autorización de su guardián legal, y los que aceptaron la presencia de una cámara oculta en su oficina para grabar la conversación con una madre desesperada que les profesa su fe y su confianza... Eran médicos los que después deciden discutir sobre el paciente frente a las cámaras de televisión para que todos se sientan informados. Hablaron, por supuesto, solo de aquello que no violaba la privacidad del paciente y constituían un derecho del público… Hablaron de su terquedad, del estado en que lo encontraron, de detalles técnicos de su depauperación y del sacrificio que hicieron por salvarlo… Frente a las cámaras, para que la madre y los vecinos y los amigos y compatriotas del difunto los vieran en el noticiero. Médicos eran los que hablaban. Y lucían como mis vecinos y primos y compañeros del instituto de medicina.

Médicos de la Revolución. Por y para la Revolución. Víctimas de la Revolución… y verdugos de la memoria de Orlando Zapata Tamayo.

Javier Pérez, médico cubano



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