Laura Pollán, líder de las Damas de Blanco, emocionada por el anuncio de la pronta excarcelación de 52 porisioneros políticos cubanos, incluido su esposo.
Por Raúl Rivero
Ninguna trampa política, ninguna maniobra preparada por los pícaros y sus expertos, pueden arrebatarle ni una brizna de alegría a la celebración por la libertad de un hombre. Y los cubanos, la mayoría silenciosa de la isla y los de todos los exilios, estamos en una fiesta -demorada, trabajosa y contenida- porque se ha anunciado la liberación de 52 presos políticos que llevan siete años en las cárceles del país.
El regocijo lo tenemos que asumir por entregas y zurcido por el secretismo, un órgano vital que desarrollan, como un corazón auxiliar, los regímenes totalitarios para mantener a las personas en un limbo equívoco y sin almanaques. No habrá, entonces, una explosión de júbilo. Tendremos una emoción gradual, controlada por la voluntad de los carceleros y sus jefes porque ellos imponen el ritmo de la apertura de los candados chinos.
Pero la fiesta va. Empezó con las primeras liberaciones porque las familias y la nación recuperan, poco a poco, a unos hombres honrados que dijeron su verdad y trabajaron (trabajan) por ella de una manera decente y pacífica.
Los principales promotores del festejo son ellos mismos, los 52, porque desde que fueron a dar a los calabozos, en la primavera de 2003, con condenas de hasta 28 años, soportaron con entereza (y algunos soportarán todavía) las violentas condiciones del presidio criollo, sus carencias, sus enfermedades y sus peligros.
No importa los relatos retocados de los episodios de los últimos días. Los protagonistas son ellos, y las Damas de Blanco, la agrupación de madres, hijos, esposas y hermanas, que salieron cada domingo a las calles de La Habana a recibir golpizas y linchamientos verbales, insultos y atropellos.
Orlando Zapata Tamayo y su huelga de hambre y sed hasta la muerte en una prisión impresionó a la opinión pública internacional. La entrega de su vida y el duelo de su madre, Reina Luisa Tamayo, ayudaron a cambiar la intensidad de este verano en Cuba. Como lo ha hecho la agonía del periodista Guillermo Fariñas, a punto de morir por exigir al Gobierno la libertad de 26 presos enfermos en los calabozos.
En marzo, con este escenario incendiario y complejo, el Gobierno se había quedado desnudo ante el mundo, sin antifaz y con las manos en las cartucheras de los revólveres.
Ellos habían hecho otro aporte importante para llegar al momento de las liberaciones y aperturas de las celdas tapiadas: el fracaso clamoroso de la economía. La conquista de las tierras fértiles por el marabú y el abandono. La cruzada de los platos vacíos y los manteles limpios en las mesas de los comedores convocadas a convertirse en muebles de museo. Y otro asunto grave, el que ha dejado los cambios y transformaciones en el aire y a la ciudadanía sin ilusión o con la única ilusión de emigrar.
Estos elementos son promovidos por los demócratas cubanos y por el Gobierno. Del exterior lo que se recibe es el reflujo de la otra crisis, la de las torpezas y avaricias del capitalismo.
En ese contexto, las autoridades deciden, de manera unilateral, utilizar su reservas de presos políticos para salir a ponerse una camisa. Entonces, llaman a la Iglesia y la invita a sentarse a una mesa que tiene la mitad de las sillas vacías. Y, en la etapa final, convoca también a la cancillería española para que el ministro Miguel Ángel Moratinos les acompañe y le de resonancia a la diligencia.
Nadie se puede apropiar de la virtud y la abnegación de otro ser humano. La alegría por la libertad de un hombre no la derrota ni la oscurece nada.
Fuente: El Mundo
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