El pasado lunes, Luis Felipe Rojas estuvo durante unas doce horas retenido por la Seguridad del Estado. Lo interrogaron a propósito de sus informaciones sobre lo que acontece en Cuba, la mayoría de las veces publicadas en su blog, Cruzar las alambradas. Luis Felipe vive en San Germán, un pequeño pueblo de la oriental provincia de Holguín.
Llevaba semanas intentando un pretexto para esta explicación de hoy. Mi colega Miriam Celaya me ha dado, como decimos los guajiros cubanos, “el pie forzado”. Creo que lo hice una vez, en mi anterior bitácora. Aunque ahora mismo me temo que si otros colegas de la blogósfera alternativa y libre se deciden a explicar qué hacen para postear sus textos e imágenes, terminaremos finalmente dándole las brújulas a la Contra Inteligencia Militar (G2). Pero como “el que no la debe, no la teme”, allá va eso.
UNO. Me sirvo de un alma caritativa que decide de vez en cuando al mes copiar mis textos desde el exterior, el dinero que ella dedica a las llamadas internacionales no le permite recibir mi dictado más allá de los tres minutos. Por eso también lo de las trescientas palabras.
DOS. Envío fotos al azar, a mansalva, a diestra y siniestra y como los represores son cada vez menos originales, por lo menos en el Oriente del país, casi siempre reprimen a la misma gente, de modo que cuando apalean a Caridad Caballero Batista, Rolando Rodríguez Lobaina o Idalmis Núñez en Santiago de Cuba, hace ya meses quizás que he enviado sus fotos al ciberespacio. A veces doy en el blanco y reporto a sólo setenta y dos horas del suceso, todo un privilegio.
TRES. Con esto sí que no puedo. No denuncio para polemizar, revelo las imágenes, los nombres de los violadores “para que la pena lo(s) convierta”, al decir de Martí. Un día serán señalados por el dedo acusador del más normal de los ciudadanos y valdrá la pena tener una Constitución, verán que sí, sean pacientes. No contesto a insultos ni provocaciones. Soy un poeta y actor de teatro callejero: es decir, un provocador por excelencia. Me basta con soltar esta piara de trompetazos para revolver un poco el panal. Entre mis normas éticas y de urbanidad está incluido no ofender a nadie, jamás lo haré, estoy seguro.
CUATRO. Esta bitácora está partida en tres pedazos: uno me pertenece a mí por ser el autor intelectual de ella, aquí van mis berrinches y mis dudas; la otra es de mis buenos administradores, gente paciente y dulce como me las merecía hace tiempo y por portarme mal no daba con ellas o no lo merecía por entonces, pero ahí están, prestos a servirme cada día, y la tercera es de ustedes, mis lectores y mis amigos. De modo que todos tienen derecho, a darme aliento o a amenazarme con ‘partirle la cara en dos’ como ya dijo alguien. Sírvanse de ella a partes iguales, no se fajen.
CINCO. A veces recorro más de 200kms para ver la bitácora en un cibercafé. Desde San Germán no hay menos distancia donde pueda verme on line. ¿Es premio o castigo? No sé, pero me siento un tipo tremendo cuando salgo por la puerta de un hotel con un pedazo de mi blog en una memory flash recién pescada en esa mar revuelta de la patria universal que es la Internet. Por tanto, tienen que creerme, estos sacrificios son por mis hijos: un día podré contarles sin sonrojo lo poco que hice. Lo hago por la paciencia de la buena de mi Exilda, que reza todas las noches “porque las bestias no se vuelva a meter en el jardín” (SIC), y lo hago por ustedes: de aquí a unos años, cuando compilen estos residuos podrán ver el rostro de un hombre que tuvo miedo muchas veces, pero el deseo de ser un hombre libre superó todos los desasosiegos. Gracias.
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