Eliseo Alberto
"Todos los presos son políticos”, dijo Angela Davis —que sabía del asunto. El martes 23 de febrero de 2010, el albañil y preso cubano Orlando Zapata Tamayo falleció en un hospital de La Habana luego de resistir a voluntad 86 días sin comer. Hace menos de un año, el jueves 9 de abril de 2009, el comandante Fidel Castro escribió una Reflexión (publicada en el periódico Granma, “Evo: fuerza moral”) donde decía apoyar al presidente de Bolivia en la “adopción de medidas de lucha que se caracterizan por la fuerza moral que implican”. Horas antes, Evo Morales se había declarado en huelga de hambre “desde el Palacio de Gobierno, exigiendo respeto a la Constitución y la Ley Transitoria Electoral”, bloqueada por senadores de la oposición. El presidente Evo Morales afirmó haberse visto obligado a actuar “frente a la negligencia de un grupo de parlamentarios neoliberales”. Su vicepresidente, Álvaro García Linera, presidía el Congreso. Fidel seguía paso a paso el desarrollo de los acontecimientos.
(…)¿Cómo se despejó aquella tormentosa situación? Dialogando. Un hombre en huelga de hambre, un hombre dispuesto a morir por un reclamo que considera justo, debe ser escuchado. Atendido, con todo respeto: en este caso extremo, no hay patriota o malhechor. El estado tiene la obligación de cuidar de él, (desde la cárcel, como el difunto Zapata Tamayo, o desde la sala de su casa, como el moribundo sicólogo Guillermo Fariñas), aun cuando el gobierno y sus instituciones sean los primeros demandados. No se vale responder con insolencia y difamaciones. No se vale decir, como se ha afirmado en La Habana, que Zapata Tamayo es “un delincuente común, con un historial probado de violencia, devenido prisionero político, se declaró en huelga de hambre para que le fueran instalados teléfono, cocina y televisión en su celda” (Declaración del Secretariado de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba). Falso. Digan las cosas como son. Zapata Tamayo sólo exigía que se le concediera, en la cárcel, las mismas condiciones de vida que tuvo “Fidel Castro en el Presidio Modelo de Isla de Pinos”, donde vivió sólo 15 de los 330 meses a los que fue condenado, luego del ataque al Cuartel Moncada. ¿Qué condiciones? No llevar uniforme de preso común, contar con un radio, libros, un calentador manual (eléctrico) y la posibilidad de prepararse sus propios alimentos. En carta a un amigo, Fidel escribe desde Isla de Pinos: “Tengo hambre y puse a hervir unos spaghetti con calamares rellenos. Me voy a cenar: spaghetti con calamares, bombones italianos de postre, café acabadito de colar y después un H Upmann 4. ¿No me envidias?”. Sí, muchos presos lo envidiarían. ¿Era imposible llegar a un entendimiento sin tener que pasarse 86 días tragando aire hasta ahogarse? Continúa aquí: Milenio
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¡¡Brillante Eliseo Alberto!!
Como ya nos tiene acostumbrados.
Como una locomotora eléctrica, silenciosa y poderosa.